Entonces tendría que encontrar esa foto como sea. No estaba en el montón que ella había hecho hace un rato con todas las fotos que había encontrado en la caja. Ni tampoco estaba por la habitación, así, a simple vista. Pero no era capaz de recordar otro sitio donde la hubiera podido guardar, que no fuera la cajita. A no ser que la llevara en la cartera. La ilusión la levantó de golpe y fue en busca de la dichosa cartera. Por la cocina, por el salón, en el cuarto de baño, en el despacho. No sabía si podría seguir, por que el dolor que estaba sintiendo en sus entrañas era más grande de lo que jamás pudo imaginar. La invadía la pena, la tristeza, la nostalgia, pero sobre todo, era la impotencia la que la estaba golpeando. Esa impotencia de no poder hacer nada ya, la misma que le repetía que debía haber hablado. Que tenía que haber preguntado. Nunca es bueno dar por hecho nada. Las suposiciones no son buenas compañeras. Y ahora estaba ahí, sin poder hacer nada al respecto. Nada para cambiar lo que había ocurrido. Nada que le devolviera a Ricardo. Nada, excepto una cosa.
Encontró la cartera y como había imaginado, la foto estaba allí. Bien recortada y perfectamente colocada en el centro. Para poder verla bien, pensó. Y una sonrisa se desdibujó en sus labios. Sonrisa que apagaron de nuevo las lágrimas que caían por su rostro sin poder contenerlas. Lágrimas de consolación, por que hasta ese momento no le había quedado claro. Ahora sus dudas desaparecieron. Ahora si sabía lo que estaba pasando. Y entonces pudo hablar con la muerte como portavoz de Ricardo.
En el momento que ella pudo reconocer y aceptar que llevaba años enamorada de él le fue más fácil darse cuenta que él lo estaba de ella también. Entonces, como en una película, recordó todas las imágenes y los momentos, las conversaciones y los silencios. Las miradas, las sonrisas, Los juegos y los despistes. Pero sobre todo los miedos. Esos mismos que les llevaron a no entenderse. Los que hicieron que nunca hablaran. Los que convirtieron en disfraces sus caricias para que no les delataran. Esos que quizás llevaran a Ricardo hasta el extremo. Hasta el filo, para poder decirle la verdad. Que ironía de vida.
Ahora que ya lo sabía, ahora ya no podía decirle nada. Y se arrepentiría toda la vida. A no ser que le echara el último valor a la vida.
Fernando recibió la llamada a las once de la noche. Algo se le partió por dentro cuando escuchó a su hermano darle la noticia. No podía ser. Eso no podía ser verdad. Había hablado con ella la mañana anterior y estaban preparando la próxima exposición.
El dolor aumentó cuando le contó donde y cómo la habían encontrado. En casa de no se quién, en su cama, con una foto entre las manos. Y una sonrisa en sus labios. Descalza, con las uñas pintadas.
Y se quiso morir. Ahora que estaba a punto de decirle lo que sentía por ella.